El cansancio se apoderaba de mí, mi cuerpo no se mantenía en pie, las piernas empezaban a flojear y los ojos cada vez se cerraban con más fuerza. Las pestañas ya casi no podían hacer ese juego que tanto me gustaba, abrir y cerrar. De pronto, como flotando por las nubes, la cama se apoderó de mí hasta tal punto que me era imposible salir, aunque sinceramente ni me lo planteaba.
Mis ojos cansados se cerraron en una milésima de segundo, mi respiración era cada vez más suave y, mientras tanto, mi cuerpo se iba amoldando en esa nube de placer y felicidad.
Ni siquiera había llegado a soñar como cada noche, cuando de repente, un ruido espantoso empezó a sonar. Parecía que no acababa nunca, pero entonces comprendí que era la hora de volver a comenzar un nuevo día, un nuevo capítulo de ese libro de 365 páginas.
Celia Martínez Gómez
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