de Cristina Pascual
No sé si habré superado la crisis de los cuarenta. Esa que también se conoce como crisis de la media vida o de la madurez. Una madurez de la que —dicen— puede nacer un equilibrio y un sentido del deber que tengo serias dudas de encontrar en mi persona.Con mi pareja creía haber encontrado un equilibrio. Un balance muy de nosotros dos, no comprensible por demasiada gente. Nuestra relación, larga, muy larga es de amor-odio, de ni contigo ni sin ti, llena de altibajos, de idas y venidas; con un sinfín de sucedáneos de rupturas, separaciones que son el motor de infinitas reconciliaciones febrilmente pasionales. Quiero a Leonor, ella lo sabe… Que la quiero con toda mi alma, o con lo que sea que se quiere a la persona que más nos importa en este mundo. Ella conoce mi corazón a la perfección, lo mismo que yo el suyo. Es como si fuera un solo corazón que habita simultáneamente en ella y en mí. Cuando ella me ha hecho daño de sobra sabe cómo me siento, cómo lo sufro. No le he requerido eternas explicaciones, pues ella vive mi dolor igualito que yo. Tanto se mimetiza con mi pena, tan querido me siento por ella.
La razón es otra cosa. Porque si precisamente me quiere como sé sin ninguna duda que me quiere ¿Por qué razón me duele hoy tanto? He sabido siempre de su enésima aventura con otros tipos que no son yo. Así, según el trato. No nos ocultamos nada, y siempre que uno de los dos quiere saber más basta con preguntar al otro. Es curioso querer saber por puro morbo, que me provoque tal placer imaginármela con esos sus otros que no son yo. Lo que me fastidia es querer saber por celos. Celos: una palabra que en nuestro pequeño universo de dos no tiene cabida. Según el trato. Pero es que es ahora cómo me siento: jodidamente celoso.
No somos única y exclusivamente el uno para el otro. Pero nunca hasta hoy he tenido la certeza de que se me está escapando. La amenaza de perderla. Me pongo en su situación e intento consolarme, pues puede estar enamorada de este otro tipo sin que su amor por mí se vea un ápice menguado. Pero vuelvo a caer en la cuenta de que no es su amor por mi lo que está en juego. Es el sexo lo que daña mi estima. No cabe duda viéndola en ese vídeo de que con ese tipo estaba disfrutando lo que yo no la he hecho gozar jamás.
Volar. En la pantalla de su Smartphone Leonor volaba. Tengo ese vídeo grabado en la cabeza. Unas imágenes y sonidos que me atormentan hasta enloquecer. Perder la razón.
Morbo, celos; envidia, celos.
Verla cómo se la chupa de rebién. Morbo de ver cómo gozan él y la polla gorda de ese él que no soy yo. Pero me matan los celos.
Verla volando cuando el otro la come su rico coño. Morbo por oírla gimotear como nunca. Pero me matan los celos.
A mis casi cincuenta creo que me voy a morir. Por gato curioso. Por no soportar ver a Leonor como gata en celo con ese otro gato que la pone como yo no he sabido nunca.
De celos; me estoy muriendo, de celos. Me muero, de celos.
Qué ironía. Ya no hay más equilibrio en mi relación contigo, amada Leonor.
Ya estoy muerto. Me han matado los celos.
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