domingo, 10 de mayo de 2015

V Semana Complutense de las Letras. XI Concurso Literario Torre de Babel



Relato ganador del  XI Concurso Literario Torre de Babel
Por Cristina Hens Jiménez bajo el seudónimo de Arena

Estudiante del Máster Gestión de la Documentación, Archivos y Bibliotecas. Facultad de Ciencias de la Documentación. Universidad Complutense de Madrid.

Matemáticas básicas

Hagamos matemáticas básicas. En la ciudad de Madrid, a lo largo del día, millones de personas se suben y bajan de los trenes de metro que recorren la metrópolis. Si suponemos que, de media, entre trenes hay una espera de 10 minutos, desde las 6 de la mañana, a la una y media de la madrugada, nos dan unos 57 de estos recorriendo las entrañas de la ciudad. Si además contamos que la red de metro cuenta con doce líneas, nuestra supuesta cifra asciende a 684. Pero centrémonos un poco más.
El grueso de trabajadores y estudiantes debe llegar a sus destinos entre las 8 y las 9 de la mañana, y el viaje suele durar media hora. Considerando que la frecuencia de trenes a estas horas es mayor podríamos hablar de unos 15 por línea, y cada uno de ellos de unos cuatro vagones. Pero basta ya de cifras, lo que a nosotros nos interesa es la cantidad de gente que se mueve en ellos.
Cientos, no, miles de personas viajan todas las mañana en metro, completos extraños los unos para los otros, sin embargo el tiempo hace que se creen relaciones invisibles de las que no somos ni conscientes.
Por ejemplo, sé que voy tarde cuando veo a la madre con su hija. La niña tendrá unos cuatro años y siempre que me la he cruzado va tomándose un batido de chocolate, por lo que presupongo que será parte de la rutina de su vida. Somos completos extraños pero, sin embargo, puedo decir sin temor a equivocarme  que la mujer está divorciada y que a la cría le encantan los laberintos y hacer dibujos uniendo puntos.
Por otro lado, si voy pronto, me encontraré al hombre de zapatos feos, es muy mayor y está a punto de jubilarse pero siempre se le ve feliz por las mañanas y, tres paradas después de la suya, cuando se monta uno de sus compañeros, habla con él haciendo incluso algún chiste.
Pero estos no son mis trenes, esta no es mi gente. En mi vagón siempre van cuatro señoras, aún no he conseguido averiguar en que trabajan, pero creo que una tal Mónica no les cae muy bien; un hombre con traje que nunca se sienta ni apoya para que no se le arrugue; una señora con una bolsa de perritos de Harrods en la cual lleva su comida… Caras que con el paso del tiempo se han ido haciendo conocidas y parte de la segura rutina.
Pero conmigo suele viajar alguien más. No sé nada de él, nunca hemos hablado, sin embargo hay poco más que me pueda decir. Estudia en la universidad, sin duda una ingeniería, hace unas semanas estaba hablando con una amigo de las ganas que tenia de ir a ver a un grupo, rock. Confesaré que en cuanto tuve ocasión lo busqué en internet, la curiosidad mató al gato, pero la satisfacción lo trajo de vuelta. Cortó con su pareja hace varios meses, aquello sí que fue un drama y no Edipo. Le encanta la comida mejicana, y no aguanta el licor de hierbas, al parecer le da un dolor de cabeza horroroso. Libros, películas, música, pequeños detalles que se van recogiendo a lo largo del tiempo. En ocasiones me pregunto cuanto sabrá él de mí, que información le habré ido dando sin ser siquiera consciente.
Así transcurre la vida, un juego de ajedrez en el que aunque se termine la partida al final del día sabes con toda seguridad que a la mañana siguiente todas las piezas volverán a ocupar sus respectivos lugares. Pero nada es para siempre.
Dicen que el simple aleteo de una mariposa puede causar un tsunami en el otro lado del mundo, y mi mariposa ha volado. El cambio ha llegado, sin avisar, como una tormenta de verano, quizá si me hubiera percatado de los síntomas podría haberla visto acercarse. No es una queja, no querría que fuera de ninguna otra manera, es simplemente que mi rutinario microcosmos se ha agitado y aun siento los resquicios del temblor.
Es curioso lo que nos puede venir a la mente en los momentos de cambio. Pena. La realización de nunca más veré a la niña con su batido u oiré a aquellas mujeres quejarse de que Mónica vuelve a estar de baja, o veré a aquel chico incrustar el subrayador en su galimatías de números y curvas. Los hilos que el tiempo ha ido tejiendo con estos extraños de repente se han cortado.
El tiempo pasa, la mente olvida y se crean nuevas relaciones silenciosas destinadas a ser cortadas. Pero el destino es caprichoso y nunca se para a preguntarnos sobre lo que queremos o deseamos.
Hay una creencia en Asia que dice que dos personas destinadas a tener un lazo afectivo están unidas desde su nacimiento por un hilo rojo y que este, aunque a veces se tense, no se puede romper. Una teoría de lo más romántica, aunque poco realista. Pero entonces sucede lo inexplicable, un día cualquiera, un día de mi nueva rutina, el hilo rojo se tensa y el suyo debe haberse tensado también porque me está mirando. Ahí estas chico que escucha rock y ama la comida mejicana, que estudia ingeniería y tiene tendencia al melodramatismo en el tema de las relaciones. Tú un extraño total, un conocido anónimo. Alguien a quien jamás tendría que haber vuelto a ver.
¿Y si el hilo no existe? Sin duda ambos sabemos que el otro nos ha reconocido. ¿Y si he cogido ese tren que pasa sola una vez en la vida? La luz de la siguiente estación está llegando. ¿Qué tengo que perder? Seguro que podríamos terminar de conocernos y ser amigos. ¿Debería romper el hielo y decir algo? Me sigue mirando, también duda sobre qué hacer. ¿Y si la siguiente no es su parada? El tren se está deteniendo. Si no le hablo ahora nunca lo haré, la probabilidad de un segunda encuentro era mínima, la de un tercero inexistente, son matemáticas básicas.

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