Relato
ganador del XI Concurso Literario Torre
de Babel
Por
Cristina Hens Jiménez bajo el seudónimo de Arena
Estudiante
del Máster Gestión de la Documentación, Archivos y Bibliotecas. Facultad de
Ciencias de la Documentación. Universidad Complutense de Madrid.
Matemáticas
básicas
Hagamos matemáticas
básicas. En la ciudad de Madrid, a lo largo del día, millones de personas se
suben y bajan de los trenes de metro que recorren la metrópolis. Si suponemos
que, de media, entre trenes hay una espera de 10 minutos, desde las 6 de la
mañana, a la una y media de la madrugada, nos dan unos 57 de estos recorriendo
las entrañas de la ciudad. Si además contamos que la red de metro cuenta con
doce líneas, nuestra supuesta cifra asciende a 684. Pero centrémonos un poco
más.
El grueso
de trabajadores y estudiantes debe llegar a sus destinos entre las 8 y las 9 de
la mañana, y el viaje suele durar media hora. Considerando que la frecuencia de
trenes a estas horas es mayor podríamos hablar de unos 15 por línea, y cada uno
de ellos de unos cuatro vagones. Pero basta ya de cifras, lo que a nosotros nos
interesa es la cantidad de gente que se mueve en ellos.
Cientos,
no, miles de personas viajan todas las mañana en metro, completos extraños los
unos para los otros, sin embargo el tiempo hace que se creen relaciones
invisibles de las que no somos ni conscientes.
Por
ejemplo, sé que voy tarde cuando veo a la madre con su hija. La niña tendrá
unos cuatro años y siempre que me la he cruzado va tomándose un batido de
chocolate, por lo que presupongo que será parte de la rutina de su vida. Somos completos
extraños pero, sin embargo, puedo decir sin temor a equivocarme que la mujer está divorciada y que a la cría
le encantan los laberintos y hacer dibujos uniendo puntos.
Por otro
lado, si voy pronto, me encontraré al hombre de zapatos feos, es muy mayor y
está a punto de jubilarse pero siempre se le ve feliz por las mañanas y, tres
paradas después de la suya, cuando se monta uno de sus compañeros, habla con él
haciendo incluso algún chiste.
Pero estos
no son mis trenes, esta no es mi gente. En mi vagón siempre van cuatro señoras,
aún no he conseguido averiguar en que trabajan, pero creo que una tal Mónica no
les cae muy bien; un hombre con traje que nunca se sienta ni apoya para que no
se le arrugue; una señora con una bolsa de perritos de Harrods en la cual lleva
su comida… Caras que con el paso del tiempo se han ido haciendo conocidas y
parte de la segura rutina.
Pero
conmigo suele viajar alguien más. No sé nada de él, nunca hemos hablado, sin
embargo hay poco más que me pueda decir. Estudia en la universidad, sin duda
una ingeniería, hace unas semanas estaba hablando con una amigo de las ganas
que tenia de ir a ver a un grupo, rock. Confesaré que en cuanto tuve ocasión lo
busqué en internet, la curiosidad mató al gato, pero la satisfacción lo trajo
de vuelta. Cortó con su pareja hace varios meses, aquello sí que fue un drama y
no Edipo. Le encanta la comida mejicana, y no aguanta el licor de hierbas, al
parecer le da un dolor de cabeza horroroso. Libros, películas, música, pequeños
detalles que se van recogiendo a lo largo del tiempo. En ocasiones me pregunto
cuanto sabrá él de mí, que información le habré ido dando sin ser siquiera
consciente.
Así
transcurre la vida, un juego de ajedrez en el que aunque se termine la partida
al final del día sabes con toda seguridad que a la mañana siguiente todas las
piezas volverán a ocupar sus respectivos lugares. Pero nada es para siempre.
Dicen que
el simple aleteo de una mariposa puede causar un tsunami en el otro lado del
mundo, y mi mariposa ha volado. El cambio ha llegado, sin avisar, como una
tormenta de verano, quizá si me hubiera percatado de los síntomas podría
haberla visto acercarse. No es una queja, no querría que fuera de ninguna otra
manera, es simplemente que mi rutinario microcosmos se ha agitado y aun siento
los resquicios del temblor.
Es curioso
lo que nos puede venir a la mente en los momentos de cambio. Pena. La
realización de nunca más veré a la niña con su batido u oiré a aquellas mujeres
quejarse de que Mónica vuelve a estar de baja, o veré a aquel chico incrustar
el subrayador en su galimatías de números y curvas. Los hilos que el tiempo ha
ido tejiendo con estos extraños de repente se han cortado.
El tiempo
pasa, la mente olvida y se crean nuevas relaciones silenciosas destinadas a ser
cortadas. Pero el destino es caprichoso y nunca se para a preguntarnos sobre lo
que queremos o deseamos.
Hay una
creencia en Asia que dice que dos personas destinadas a tener un lazo afectivo
están unidas desde su nacimiento por un hilo rojo y que este, aunque a veces se
tense, no se puede romper. Una teoría de lo más romántica, aunque poco realista.
Pero entonces sucede lo inexplicable, un día cualquiera, un día de mi nueva
rutina, el hilo rojo se tensa y el suyo debe haberse tensado también porque me
está mirando. Ahí estas chico que escucha rock y ama la comida mejicana, que
estudia ingeniería y tiene tendencia al melodramatismo en el tema de las
relaciones. Tú un extraño total, un conocido anónimo. Alguien a quien jamás
tendría que haber vuelto a ver.
¿Y si el
hilo no existe? Sin duda ambos sabemos que el otro nos ha reconocido. ¿Y si he
cogido ese tren que pasa sola una vez en la vida? La luz de la siguiente
estación está llegando. ¿Qué tengo que perder? Seguro que podríamos terminar de
conocernos y ser amigos. ¿Debería romper el hielo y decir algo? Me sigue
mirando, también duda sobre qué hacer. ¿Y si la siguiente no es su parada? El
tren se está deteniendo. Si no le hablo ahora nunca lo haré, la probabilidad de
un segunda encuentro era mínima, la de un tercero inexistente, son matemáticas
básicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario