De: Bernabé Rodríguez Tejeiro
Era sábado y no tenía que levantarse temprano para ir al colegio, tumbado en la cama, fija su mirada en la araña, empieza a divagar tallando con su imaginación, cada una de las facetas del cristal colgante que brillaba suspendido en el aire como una piedra preciosa. En el brillo de una de esas facetas empieza a subir por un estrecho sendero adosado a la falda de una montaña a lomos de un blanco caballo. Llega a la cima y a lo lejos ve una ciudad amurallada bajo un cielo azul de abundantes nubes, algunas de las cuales parecen amenazar tormenta. Al abrirse las puertas de la ciudad aparece una mesnada, bravos y decididos hombres cabalgando sobre hermosos corceles ataviados con ricos damascos y riendas lujosamente aderezadas. -“Alto!”, grita el que dirigía la tropa de jinetes medioevales, -“mi señor ha vuelto? ya le empezábamos a echar en falta. Si es servido su alteza, le acompañaremos hasta su morada sano y salvo, bien sabido es que por esos parajes solitarios de donde viene vuestra alteza, merodean salteadores deseosos de caer sobre alguna presa y despojarla, no solo de sus bienes, sino también de su más preciada posesión.”- “Basta ya de monsergas conde, se cuidarme muy bien solo, he combatido a infieles en Tierra Santa y ha sido voluntad del Altísimo, que ni uno solo de mis cabellos, todos y cada uno de los cuales están contados, sufriesen el más mínimo daño. Pero adelante pues y acompañadme hasta mi morada. Estoy cansado y me gustaría yacer en mi lecho, escuchando algún madrigal hasta la hora del yantar”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario