Hubo una vez una joven muy bella, que no tenía padres, pero sí madrasta. La madrastra, una viuda impertinente con dos hijas, a cada cual más fea. Enseguida se lanzó en rebeldía, ya que ella no pensaba ser la criada de nadie, pero en el fondo tenía miedo. Ellas le imponían. A pesar de las negativas de Cenicienta, acabó siendo ella quien hacía los trabajos más duros de la casa, y como sus vestidos estaban siempre tan manchados de ceniza, todos la llamaban Cenicienta.
Un día, el Rey de aquel país anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas las jóvenes casaderas del reino.
- Tú, Cenicienta, no irás -dijo la madrastra-. Te quedarás en casa fregando el suelo y preparando la cena para cuando volvamos.
- ¿Por qué seré tan desgraciada? -exclamó-. De pronto se le apareció su hada madrina.
- No te preocupes -exclamó el hada-. Tú también podrás ir al baile, pero con una condición... No, no, no, no. -exclamó Cenicienta- como con una idea en la cabeza.
- Si no me dejan ir al baile, salir de esta casa, tendré que ingeniármelas de otra manera -dijo-.
- Aprenderé a usar internet y así, entre tarea y tarea, estaré entretenida. El hada quedó algo sorprendida cuando se lo dijo.
Un día, estaba Cenicienta en Internet y conoció a un chico con el que poco después querría quedar.
Cenicienta estaba ilusionada, pero a la vez triste. Sabía que no podría salir de ahí, que no la dejarían. Y así con estás pintas no puedo ir –dijo-.
- Joven, tengo una idea. No has terminado de escuchar el deseo que te concedo –le dijo el hada-.
Cenicienta se puso a escuchar atentamente. Yo te pondré guapa para tu cita, pero con una condición: Cuando el reloj dé las doce campanadas tendrás que regresar sin falta. Y tocándola con su varita mágica, la transformó en una maravillosa joven.
Y se le iluminó la cara, pero al instante se volvió triste de nuevo. No, no, no, no puede ser... -dijo-.
- ¿Por qué? –dijo el hada-. Porque mi madrasta y mis hermanas no me dejarían salir.
- Sí que te dejarán –le dijo-. A la vez que ellas estén en el Palacio Real, tú quedarás con tu “Príncipe”.
- ¡Qué gran idea!. Gracias, hada madrina. –dijo-. Y le dio un beso.
Así que los días para Cenicienta pasaron entre sus tareas y el ordenador. Tenía nervios porque llegase el día!!!.
Según salían por la puerta su madrasta y sus hermanas, Cenicienta esperaba con ilusión la llegada del hada. La cual la puso guapísima para su gran cita.
La llegada de Cenicienta al restaurante donde habían quedado causó honda admiración. Entre los comensales vio a un joven algo perdido y solo con una rosa roja en la solapa. Ese era su “Príncipe”.
Tímidamente se acercó y se saludaron. Y la velada transcurrió de lo más romántica, ya que todo era como ambos esperaban. E incluso mejor, pero él se quedó sorprendido ante tanta belleza.
En medio de tanta felicidad Cenicienta preguntó la hora a un camarero y éste al decirle que eran las doce, salió corriendo.
- ¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que irme! -exclamó-.
Como una exhalación atravesó el salón del mismo y bajó las escaleras perdiendo en su huida un zapato. Lo recogió aquel joven.
Como a Cenicienta le daba vergüenza por lo ocurrido, no quería volver a quedar con él. Contarle la verdad, que viste con harapos y que su madrasta y hermanas la tratan como a una esclava... Ni tampoco decirle donde vivía. Hasta que pasadas unas semanas, vio tanto interés por parte del chico, que decidió confiar algo más en él.
Finalmente, lo dejó todo se fue a vivir con él. Olvidó a su madrasta y a sus hermanas. Y vivieron muy felices.
1 comentario:
sindejar de ser optimista, no creo que alguien olvide, más si perdona... ni tampoco eso del dejar el todo por una persona... a fin de cuentas, fantasías ... fantasías...
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