La visita de la parca
De Tomás Gónzalez Santos
La clara y cálida mañana transcurría al ritmo del verano. El sol penetraba en el habitáculo del automóvil, mientras mis pensamientos se centraban en la próxima entrevista. El calor me ahogaba, el aire se volvía pesado y denso. Una fría humedad mojaba mi cuerpo. La respiración se hacía rápida y plomiza. El autobús que circulaba delante no permitía imprimir al viaje la deseada celeridad. El tiempo para la entrevista se iba acortando a la misma velocidad, que la ansiedad hacía que la carretera pareciese más larga y la cercana ciudad, cada vez más lejana.
En un claro de la carretera puse el intermitente, me desplacé a mi izquierda para adelantar al autobús. Tuve un escalofrió, a mi lado la sensación de una compañía no deseada, Cloto, me miraba fijamente, y un camión de enormes proporciones me embestía sin remedio…
El despertador con su conocida melodía me indicó la hora. Un sudor frio, helado, me empapaba. La gratificante ducha me volvió a la realidad. Tenía que ir rápido, la cita de Valladolid no podía ser una oportunidad perdida, un interesante negocio y una ocasión única me esperaban. Al salir de casa me sentí temeroso, como si algo desconocido me estuviera observando. Una fría mirada en mi espalda me siguió hasta el ascensor. Ya en el garaje el motor del auto rugió con furia, como si espantara los fantasmas que aún me perseguían, la automática puerta se elevó mansamente. La luz cegadora de la veraniega mañana hizo sombra en la cancela. La misma sensación, como una sombra pegadiza y tenaz, Láquesis, parecía mirarme, cerré los ojos y los abrí de súbito, no había nadie.
Los pinares me hacían compañía en la distancia. Olmedo, era una más que una promesa. El paso a nivel que se encuentra a la entrada del pueblo, ya era una realidad. Valladolid estaba cerca, no tuve tiempo. Solo miré a mi derecha y el tren se acercaba a mí con la fuerza de un imán, parecía volar. A mi lado una sombra sonreía, Átropos…
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