Era un día lluvioso. Se había puesto su mejor vestido. Se peinó su larga melena color caoba. Se maquilló resaltando sus grandes ojos verdes, que lucían como dos esmeraldas. Todo tenía que estar perfecto.
Caminaba bajo la lluvia con paso firme y constante. Llevaba tanto tiempo esperando ese momento, que no podía creer que estuviese sucediendo. Las gotas de agua la empapaban, y probablemente al día siguiente tendría un gran resfriado, pero todo eso no le importaba. Pronto llegaría a su destino, la estación de tren.
Era un lugar muy dañado por la guerra, pero todavía seguía teniendo esos pequeños detalles que hacían de ella un lugar especial: el viejo reloj, los bancos gastados por el paso del tiempo, el antiguo quiosco... pero, sobre todo, seguía conservando en el ambiente ese aroma de reencuentro. Ese aroma de esperanza.
Apenas le quedaban unos metros, y ya podía oír el anuncio del tren que llegaba. El tren que traía a su futuro. El tren que un día le arrebató todo. Por fin, tras diez largos años de espera, él volvía. Regresa a casa. Regresaba con ella.
Buscó refugio bajo un viejo tejado metálico que amenazaba con caerse en cualquier momento. Ya quedaban apenas unos pocos instantes. El tren empezaba a detenerse, hasta que, finalmente, se paró por completo.
La puerta se abrió, y entre el humo que echaba el mismo tren, pudo distinguir su silueta. Pudo distinguirle. Él la buscaba con la mirada. Ella se lanzó a la caza de esa mirada. Se miran. Se acercan.
-Te he echado mucho de menos. No veía el momento de volver a reunirme contigo-dijo él.
-No hables- le contestó ella. Y acercándose, le besó lentamente.
Su rostro denotaba cansancio, agotamiento, muerte…todo aquello que la guerra da. Pero sin embargo, todo eso se le olvidó cuando por fin la estrechó entre sus brazos. Cuando después de tanto tiempo pudo volver a saborear sus labios de nuevo.
Miles de miradas se clavaban en ellos. Unas denotaban odio; otras, alegría; otras, envidia; otras, tristeza…Pero ellos eran ajenos a todo eso. Por fin estaban juntos, y nada ni nadie podía arrebatarles ese precioso momento.
Sin embargo, de repente todo cambió. No se oía nada, excepto la sirena que anunciaba un ataque próximo.
La vieja estación se llenó de humo y la gente empezó a gritar. A huir despavorida. Intentado escapar del horror de toda aquella pesadilla.
Pero para ellos nada ocurría, solo existían los dos. Nadie más. Ni gritos. Ni gente. Nada.
De repente, tras una gran explosión se pudo ver una gran bocanada de humo negro a cientos de kilómetros de distancia. La estación había sufrido el ataque de una bomba. Toda ella quedó carbonizada. Pero a pesar del terrible ataque y gracias a los avisos anteriores, se había conseguido evitar una desgracia. Habían salvado la vida de cientos de personas. De cientos de personas excepto de dos. Cuyos cuerpos se encontraron unidos por el lazo del amor, un lazo que ya no se desataría jamás.
Todavía recuerdo ese día. Aún hoy, después de tanto tiempo, y desde dónde estoy ahora, no me arrepiento de nada. No me arrepiento de no haberme movido. No me arrepiento de quedarme junto a él. Fueron los momentos más felices de mi vida. Aquel beso fue el bálsamo para mis heridas. Fue la cura de todos mis temores. Fue la culminación de mi existencia.
Hoy te escribo a ti, querido lector, para que recuerdes mi historia. Para que no olvides que el amor nos vuelve ciegos y sordos a los ojos del mundo. Pero sobre todo, para que recuerdes, que las decisiones más pequeñas pueden cambiarte la vida...o incluso, la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario