Volver a los diecisiete
De: Mª Rosario Fuertes Melero
La canción no paraba de sonar: “El amor con sus desvelos, al viejo lo vuelve niño y al malo, sólo el cariño, lo vuelve puro y sincero”.
Había estado oyendo aquella bella canción durante toda la tarde. No me había movido del sofá ni para alzar la vista y comprobar la hora en el reloj de pared.
Allí, en la oscuridad, sin pensar en nada; me daba cuenta que las horas no avanzaban. Las horas resbalaban como inútiles pisadas en el barro. Una y otra vez.
- Así no se va a ningún lado- pensé.
Me incorporé en el sofá y miré la luz de la habitación, al otro lado del patio. La claridad del bloque de enfrente despegó mis ojos cerrados y perezosos.
-¡Hoy íbamos a ver el piso nuevo y ahora me dices que no! –vociferó una mujer haciendo aspavientos de manera exagerada.
-No es culpa mía –respondió él- me olvidé por completo del tema. Lo siento de veras. Tengo tantas cosas en la cabeza… El trabajo me está desbordando y está ocupando la mayor parte de mi tiempo – se disculpó de forma apurada.
-¡Todos los días igual! –gritó ella- Y yo aquí ,esperándote, como una tonta.
Pero yo sólo oía la canción en el fondo de mi mente, una y otra vez: “y al malo sólo el cariño lo vuelve puro y sincero”. Una bella canción y al otro lado la guerra declarada entre una pareja que discutían por cualquier tontería. ¿Era todo aquello necesario? ¿Era a caso necesario desperdiciar, de esa manera, las fuerzas en algo tan inútil como discutir por una tontería?
Se hizo un silencio. Las voces dejaron de atronarme. Vislumbré una sombra de dos cuerpos fundiéndose en un bello abrazo.
Pensaba si se había dado la coincidencia… ¿habían estado escuchando la sempiterna canción que me había estado acompañando, tal satélite fiel, durante las últimas luces del día? O, a lo mejor, ¿habían recapacitado para dejar a un lado sus diferencias? A mí la primera opción me parecía más ideal y así quise que pareciese.
Sonreí ante la bella imagen de reconciliación que se reflejaba al otro lado del patio.
Mª Rosario Fuertes Melero
Había estado oyendo aquella bella canción durante toda la tarde. No me había movido del sofá ni para alzar la vista y comprobar la hora en el reloj de pared.
Allí, en la oscuridad, sin pensar en nada; me daba cuenta que las horas no avanzaban. Las horas resbalaban como inútiles pisadas en el barro. Una y otra vez.
- Así no se va a ningún lado- pensé.
Me incorporé en el sofá y miré la luz de la habitación, al otro lado del patio. La claridad del bloque de enfrente despegó mis ojos cerrados y perezosos.
-¡Hoy íbamos a ver el piso nuevo y ahora me dices que no! –vociferó una mujer haciendo aspavientos de manera exagerada.
-No es culpa mía –respondió él- me olvidé por completo del tema. Lo siento de veras. Tengo tantas cosas en la cabeza… El trabajo me está desbordando y está ocupando la mayor parte de mi tiempo – se disculpó de forma apurada.
-¡Todos los días igual! –gritó ella- Y yo aquí ,esperándote, como una tonta.
Pero yo sólo oía la canción en el fondo de mi mente, una y otra vez: “y al malo sólo el cariño lo vuelve puro y sincero”. Una bella canción y al otro lado la guerra declarada entre una pareja que discutían por cualquier tontería. ¿Era todo aquello necesario? ¿Era a caso necesario desperdiciar, de esa manera, las fuerzas en algo tan inútil como discutir por una tontería?
Se hizo un silencio. Las voces dejaron de atronarme. Vislumbré una sombra de dos cuerpos fundiéndose en un bello abrazo.
Pensaba si se había dado la coincidencia… ¿habían estado escuchando la sempiterna canción que me había estado acompañando, tal satélite fiel, durante las últimas luces del día? O, a lo mejor, ¿habían recapacitado para dejar a un lado sus diferencias? A mí la primera opción me parecía más ideal y así quise que pareciese.
Sonreí ante la bella imagen de reconciliación que se reflejaba al otro lado del patio.
Mª Rosario Fuertes Melero
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