lunes, 8 de noviembre de 2010

Agujero negro

Agujero negro
De: Pablo Enrique Zárraga Estrada

-¿Como sabes que puedo volar?- Le pregunté.

Tan sólo fue una sonrisa lo que salió de esa figura extraña.

Indiferente a esa sonrisa, nada fue importante hasta que me percaté de que tan sólo hice ademán de dar un paso y ya había dejado atrás calles, edificios y barrios enteros. Era como una pluma que formaba remolinos en el aire, era ligero.

Infinidad de paisajes, lugares e imágenes pasaban al ritmo de mi vuelo. De la misma manera que todo tipo de emociones y preocupaciones resbalaban por mi mente como si una secuencia de imágenes pasara a toda rapidez sin poder apreciarlas.

Claro, así era todo más fácil. Resultaba extraño no chocarte con un muro de ladrillos con boca, nariz y ojos que te dijera “¿De verdad crees que eres un pollo con alas?”

Yo le hubiera contestado:

-Los pollos no vuelan, tan sólo en tus sueños, y yo no soy un pollo-. En fin.

Seguí y seguí volando admirado de mi bella capacidad y de mis bellos movimientos. Y según me convencía grandiosamente de mis posibilidades, sin pensarlo, me desperté.

Me observaba y confirmaba estar preparado para el nuevo día. Caminaba por la calle con ese fresco aliento matinal; esquivé la multitud entre el ruido de los grandes aparatos. Y cuando me inundaba bajo suelo, sentado y leyendo, me di cuenta de lo que significaba que el corazón se acelerara sin que casi poder respirar. No miré, pero observé; no dije nada, pero pensé: “los llevo puestos, los llevo puestos, los llevo puestos…”

Y así pues, pensé lo mismo durante todo el camino. Y fue justo cuando ví la puerta al final del pasillo cuando me dije: “Tengo que lanzarme al vacío y ver si efectivamente los llevaba puestos”. Todo esto según andaba.

Pero es que fue tanto lo que anduve, que no me percaté de estar a la vista de la clase y fue la evidencia en sus ojos lo que resolvió mi duda: No llevaba puesto los pantalones. De manera que fue esta inexorable sensación lo que hizo que me volviera a despertar.

Paralizado y acurrucado en la cama a las siete de la mañana decidí no averiguar como iba a ser ese día. Tan solo preferí quedarme quince minutos más ahí dentro.

Pablo Enrique Zárraga Estrada

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