La morzartiana del Siglo XXI
de: Paloma Sánchez Muñoz
Era un frío sábado invernal del mes de enero en la ciudad de Madrid, y en la fría calle el termómetro marcaba los 0º C de máxima. Aunque era por la mañana, las diez exactamente, no había mucha gente en la calle. Paula se encontraba haciendo los deberes en su habitación antes de irse a clase de piano, que tenia desde las 11:30 hasta las 13:30. Estaba alegre con su vida, con su familia y consigo misma; aún así, se preguntaba muchas cosas, extraño para una niña de 10 años, pero ella era una chica muy inquieta a la que solo la música conseguía relajar.
A Paula siempre le ha gustado la música clásica y su padre decidió aprovechar ese gusto por la música y potenciar su sentido del oído, el cual tenía muy desarrollado. Paula terminó sus deberes a las 10:30 y se puso a practicar con el órgano, regalo de sus padres por Reyes. A eso de las 11:00 apareció su padre para acompañarla a clase de piano.
-Venga, Paula, vamos que te llevo a clase:
-Si, papá, ahora voy.- Diciendo esto cogió sus cosas y padre e hija salieron de casa. A lo largo del camino estuvieron hablando sobre música, y cambiando impresiones.
-Venga, Paula, vamos que te llevo a clase:
-Si, papá, ahora voy.- Diciendo esto cogió sus cosas y padre e hija salieron de casa. A lo largo del camino estuvieron hablando sobre música, y cambiando impresiones.
Al llegar, Paula le dio un beso a su padre y subió las escaleras en dirección a la clase de piano, abrió la puerta y al ver a Paula su profesora le saludó.
-Buenos días Paula ¿Qué tal estas hoy? ¿Con animo de aprender más?
-Claro, por supuesto.
-Pues vamos allá. Empecemos- dicho esto Paula comenzó a tocar unas escalas y arpegios y, de repente se abrió una ventana del tiempo que absorbió a Paula sin que ella pudiera hacer nada.
-Buenos días Paula ¿Qué tal estas hoy? ¿Con animo de aprender más?
-Claro, por supuesto.
-Pues vamos allá. Empecemos- dicho esto Paula comenzó a tocar unas escalas y arpegios y, de repente se abrió una ventana del tiempo que absorbió a Paula sin que ella pudiera hacer nada.
Al cabo del tiempo se encontró tumbada en medio de una acera en la calle de una ciudad que ella no era capaz de reconocer, junto a ella se paró una chica joven que le tendió la mano para ayudarla a levantarse mientras le decía:
- - Venid conmigo, que os llevo a un lugar más seguro.
Ella le dio su mano para poder alzarse y ponerse en camino junto a la desconocida. Este sujeto debía rondar por los 20 años y parecía simpática, ese sentimiento estaba oculto bajo una mirada de sumisión, que le hizo sospechar a nuestra protagonista que esa mujer estaba al servicio de alguna persona, pero no dijo nada, al cabo de un tiempo, cuando el sol se estaba poniendo, la desconocida llevó a Paula a la puerta de un edificio y la dijo:
- Entrad, yo iré detrás de vos.
- Entrad, yo iré detrás de vos.
Paula obedeció, abrió la puerta y penetró en el interior del edificio, subió las escaleras sujeta al pasamanos y esperó a la desconocida joven que la había recogido en la entrada de un alojamiento. La desconocida la alcanzo, abrió la puerta y la introdujo en la casa. Ya dentro Paula preguntó a la desconocida:
-¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? ¿Qué ciudad es ésta?. Estoy perdida, desorientada.
-No os preocupéis, estáis en casa de Ger Mozart, yo estoy a su servicio, ahora se encuentra en uno de sus conciertos y volverá tarde.
- ¿Estoy en Viena?
-Sí, en pleno reinado del Emperador José I.- Contestó Constance (así se llamaba la muchacha que encontró a nuestra protagonista)
-¿Dónde estoy? ¿Quién eres tú? ¿Qué ciudad es ésta?. Estoy perdida, desorientada.
-No os preocupéis, estáis en casa de Ger Mozart, yo estoy a su servicio, ahora se encuentra en uno de sus conciertos y volverá tarde.
- ¿Estoy en Viena?
-Sí, en pleno reinado del Emperador José I.- Contestó Constance (así se llamaba la muchacha que encontró a nuestra protagonista)
Paula miró a su alrededor y su mirada se detuvo en un piano donde había partituras escritas (lo que le hizo pensar que Mozart no paraba de componer, y esa era una de sus composiciones). Paula se acercó al piano, acarició las teclas, se sentó y empezó a tocar una melodía que se sabía de memoria en presencia de Constance, quien se quedó sorprendida de la capacidad de la niña de memorizar y tocar sin mirar. Decidió que se la presentaría a Mozart, Salieri (su protector) o al mismísimo emperador si era necesario para aprovechar la virtud de la niña. Mientras pensaba esto se fue de la casa dejando a la pobre niña sola porque sabía que Ger Mozart y su esposa no tardarían en llegar y de esa manera verían el talento de la pequeña.
Constance no falló en sus suposiciones ya que, en el mismo momento en que ella cruzaba la esquina, la pareja Mozart atravesaba el umbral de la puerta que daba a la calle y empezaba a ascender por la escalera, mientras ascendían notaban que de su casa salía música, al comprobar que se trataba de una pieza compuesta por Mozart aceleró el paso y abrió la puerta de su casa, cuál fue su sorpresa cuando se encontró a una niña de tan solo 10 años sentada al piano interpretando una pieza suya; quedó tan sorprendido que no articuló palabra y simplemente se sentó en una de las sillas y su esposa hizo lo mismo. Al cabo de un rato Paula termino y oyó detrás de sí unos aplausos. Desde esa noche Paula empezó a tomar clases del mismísimo Mozart que aunque este no acostumbraba a tener pupilos, con Paula hizo una excepción al darse cuenta de que era un prodigio. Paula estaba encantada por las clases dadas pero un día mientras daba su clase con Mozart, la misma ventana que la había traído a la Viena del siglo XVIII, la devolvió al Madrid del siglo XXI; con la única diferencia de que cuando se fue tenía 10 años, al volver tenía 20; sin darse cuenta había pasado 10 años bajo la tutela de uno de los mejores músicos de ese siglo XVIII. Decidió no contárselo a nadie dado que no la creería.
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