Ya querían danzar en el asfalto las peonzas, y las faldas de las muchachas volar y caer
creándose como blancas medusas de aire en la habitual estrechez de la calle. Pero aún
era casi de noche y los niños dormían a pierna suelta en sus camas, en sus sillones, o
donde los recuerdos quieran poner a dormir a mis niños de la Calle de la Lona. No
estaba sola la Lona, estaban las madres cogiendo las ropas que colgaban en las cuerdas
de tender, y los padres y los hijos mayores de manos duras y oscuras desayunaban
dentro de las casas antes de ir a trabajar con otros padres y otros hijos mayores de
manos duras y oscuras. Miguelito se levantó algo más tarde, cuando su padre y sus
hermanos solo eran platos sucios, como casi siempre, y solo quedaban su madre y
Chucho para hacerle compañía. Mientras vagaba casi en sueños por la escalera
dirección al comedor, en la calle se escuchaban los primeros ruidos. Aún no eran los
niños jugando, solo Juan Sin Sangre arrancando su moto para ir vete tú a saber a dónde,
con su jaula de pájaros como siempre entre sus piernas morenas y flacas. Chucho subió
a recibir a Miguelito y a sacarlo del sueño de otra mañana más, chupando primero sus
pies y luego su cara, hasta que Miguelito decía “para ya” y Chucho se estaba quieto.
Mamá había puesto el desayuno en la mesa y seguía a sus cosas, y mi hermano se sentó
a tomarse la leche con el Colacao, o lo que sea, y vio que mi hermano se había dejado
medio mordisco de tostada y un par de cigarros olvidados encima de la mesa.
Fue el primero de todos en entrar en la calle, los sábados no madrugaban los
niños de la Lona, solo madrugan los tristes decía la madre de José. Se alejó de su puerta
mordiendo el trozo de tostada y colocándose bien las gafas de ver y cuando encontró
una sombra se sentó a esperar a Clarisa y al chacho José, que eran los que jugaban con
él los fines de semana. Miguelito miraba los pájaros, le entusiasmaba la forma que
adoptaba el cielo en las nubes, siempre le habían gustado las nubes. Recordó una mañana, no hacía mucho, en la que un globo se le escapó a las nubes y lloró, y lloró
como una magdalena, pero no le quisieron comprar otro. Vio como en la otra punta de
la calle salían de la casa grande Jacinto y Laura Fernández Astur de Lima y que les
faltaba uno para la comba. Al rato salió María, y al poco Antonio con su peonza de
colores y chinchetas que hoy no danzaba porque Laura se había sacado la falda y la
comba y tocaba saltarla. Y poco a poco en la Calle de la Lona se dejaba oír el eco del
ruido distinto que hacen los niños.
Ya salía el chacho José con la pequeña Clarisa de la mano y Miguelito se levantó
a saludar y a contar que si la tostada y el perro, enseñando los cigarros a José mientras
le daba la mano él también a la pequeña Clarisa. Todos los sábados lo mismo, esperar a
la niña y a su hermano y dar vueltas a la manzana escuchando lo que le contaban de su
cole y contando lo que había pasado en el suyo durante la semana. A veces comían
alguna cosa que Juan Sin Sangre le había dado a José la noche antes, cuando tenía que ir
al baño después de acostarse con su madre, y otras veces, como ese día, fumaban a
escondidas en los pinos, sentando a Clarisa no muy lejos de ellos para verla mientras
jugaba con alguna muñeca suya. Más allá de la Lona, pasando los pinos y la vía, había
un descampado seco que Miguelito y todos ellos conocían como el jardín, al que los
gritos de los padres no llegaban nunca y Laura Fernández Astur de Lima cansada de
sentirse medusa había dicho de jugar allí a ser ladrones. Todos estaban en el jardín
eligiendo los equipos y mi hermano y el chacho José querían jugar, así que cogieron a
Clarisa y se acercaron al corro. Los de la casa grande decidieron que lo más divertido
sería ver al Miguel corriendo detrás de todos ellos, así que Miguelito se quedó con
Clarisa para que José y los demás pudieran escapar de él sin llevar a la pequeña como
lastre.
Estaban casi encima de la hora de comer y los padres y los hermanos mayores
traían sus manos duras y oscuras a la Calle de la Lona creando un sonido distinto al que
pierden los niños, cuando empezó a escucharse el tren de las dos y Miguelito que iba el
último metió prisa y los demás cruzaban la vía de un salto para llegar a los pinos y él y
Clarisa intentaban correr, pero él no sabía correr más y el resto primero gritaba vamos
Miguel y luego venga retrasado corre que viene el tren, que viene el tren, y Miguelito
que no le soltaba la mano Clarisa cruza la vía y Clarisa también, pero el tren pasa y el
aire que le sigue arranca a la niña de la mano de mi hermano y mancha con su sangre las
piedras de los pinos.
Todos los niños corre que te corre a la Calle de la Lona a avisar a
sus padres y a sus madres de que el retrasado de Miguel ha matado a la Clarisa y es
Miguelito el que se acuesta llorando, todo él tirado en la tierra, con la cabeza toda roja
de la pequeña abrazada entre sus manos duras y oscuras mientras se escucha a los
pájaros de Juan Sin Sangre y a Juan gritándole a mi padre que su hijo el subnormal ha
matado a su niña en la vía de los pinos.
Pepito Villa
Madrid, Abril de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario