Por el camino principal del cementerio se alzaba una enorme fila de cipreses. Los trabajadores públicos limpiaban, las flores de las lápidas abandonadas se marchitaban y los nichos permanecían bastante pulcros.
Por el cementerio circulaba un coche negro que llevaba una enorme corona de flores. Ese coche negro transportaba en el maletero un enorme ataúd. Un cúmulo de personas que vestían ropas negras caminaban rodeando el vehículo. La esposa del familiar lloraba, sus familiares se sentían muy apenados, los amigos miraban tristes el cajón y sus alumnos fingían que apenas lamentaban su muerte. Erotia, una de sus predilectas alumnas, mostraba con total sinceridad sus sentimientos. Lloraba silenciosamente en el hombro de Pedro, el cual intentaba consolarla.
Los presentes en el funeral se dirigieron al agujero que cavaron unos hombres. Delante de ese hoyo, se encontraba un sacerdote que sostenía en sus manos la Sagrada Biblia. El cura, que llevaba unos hábitos tan blancos como la nieve, estaba acompañado por un monaguillo que custodiaba el agua bendita y el recipiente de las hostias consagradas.
Cuando el ataúd ya se situaba cerca del cura, comenzó la misa funeraria. Todos los asistentes se santiguaron observando melancólicos el lóbrego hoyo. Mientras escuchaban la misa, Pedro y Erotia recordaban las situaciones anecdóticas que sucedían en su clase. Ambos lo añoraban. Jamás iban a tener un profesor tan bueno como él, aunque a veces pudiera resultar poco afable.
El monaguillo le dio el agua bendita, y éste bendijo el funeral. Los hombres que trasladaron el féretro lo bajaron al hoyo. Luego, otros hombres cogieron sus palas y lo enterraron. Mientras tapaban con la tierra aquel socavón, las personas que estaban allí se fueron.
Erotia seguía llorando. Solamente tenía fuerzas para eso. No quería hacer nada más. La idea de que nunca más volvería a ver a Blasco le envolvía en un halo de pesimismo y depresión. Sin embargo, le consolaba saber que estaría en un lugar mucho mejor que este… Purgatorio. Pedro la acompañaba a su casa, pues intuía que apenas tenía fuerzas para subir sola a su piso.
Óscar Alonso Tenorio
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